Industria en España
La industrialización española se produjo con retraso respecto al proceso iniciado en el resto de Europa occidental. Desde el comienzo del reinado de Isabel II, en 1833, el proceso de industrialización se aceleró mucho. La ausencia de capital suficiente en el interior había limitado hasta entonces el avance del proceso de industrialización. Fue en este periodo cuando se empezó a reemplazar la falta de capitales internos con la inversión procedente del exterior. La financiación exterior jugó un papel fundamental en el proceso industrializador español proporcionando no solo los recursos financieros hasta entonces insuficientes sino también soluciones técnicas ya extendidas por Europa central y del Norte, que empujaron y dinamizaron el proceso industrializador español.
Industria y comercio en el siglo XVI
Durante el siglo XVI se observa un fuerte crecimiento de la industria; principalmente la textil; aunque continúa produciendo unos paños de segunda calidad. Las ordenanzas que se promulgan pretenden que los paños sean mejores, y quienes se ocupan de la calidad de ellos son los gremios. Pero la industria no está preparada para esa mejora de calidad, y tiende a instalarse en el campo, donde no llega la autoridad de los gremios. El proceso de ruralización se da, sobre todo, en el norte de la península, mientras que en el sur continúa siendo urbana, y también de mejor calidad. Será en las regiones del sur donde se introduzca el cultivo y la producción de seda, con técnicas italianas. Toledo es el primer centro sedero del país.
La industria metalúrgica, y particularmente la ferrería vasca, tiene un auge importantísimo. Sus productos se venden en toda Europa, en donde están considerados como productos de primera calidad, y donde desplazan a los productos de hierro autóctonos, por sus precios más baratos.
La especialización de los principales astilleros en la manufactura de barcos de grandes dimensiones, hizo que Guipuzkoa o los astilleros en Ferrol fueran los principales centros navales de la Península.
Pero la producción industrial española tuvo un importante vicio: los altos aranceles imponían un auténtico proteccionismo de la industria española, con lo que los productos industriales, no consideraron que tuviesen que modernizarse. Cuando cayó el proteccionismo las industrias españolas se encontraron en grave desventaja.
Se crea la Santa Hermandad en 1476 (el primer cuerpo policial de Europa) que vela por la seguridad en los caminos. Se intenta mejorar la red de canales y ríos navegables. Son muchos los proyectos que se emprenden en tiempos de Felipe II. Se mejora la red de puertos, que estaba en manos privadas, y la circulación por los mares. La navegación de cabotaje fue la que más mercancía movió, hasta el siglo XIX. El comercio se organiza alrededor de un sistema de ferias y mercados itinerantes. No existía un mercado nacional, muy al contrario, había multitud de aduanas e impuestos de paso. Apenas existen tiendas fijas, todas ellas son, en realidad, talleres en los que se vende la producción. En muchas ciudades se creó la lonja como lugar de contratación principal. Las ferias y mercados se continuaron haciendo en días fijos, pero el sistema se extendió a toda España.
Una parte importante de los ingresos de la corona venía del control del comercio con las Indias. Desde el primer momento se trató de controlar ese comercio con la creación de la Casa de Contratación (1503) y el Consulado de Sevilla (1543), donde debían arribar todas las flotas y galeones que comerciasen con las Indias. La Casa de Contratación se ocupaba de organizar las flotas, que debían ir protegidas en convoyes, a causa de la piratería; y el Consulado de Sevilla controlaba a los comerciantes matriculados, que tenían permiso para negociar con las Indias. Pero no faltaron compañías privilegiadas que comerciaban con América al margen de la Casa de Contratación, aunque las del siglo XVII fracasaron.
Economía en el siglo XVII y cambio de dinastía
En la España del siglo XVII, todos los españoles estaban en principio obligados a advertir al rey contra desastres inminentes. Bajo el gobierno de Felipe III, España se enfrentó a una crisis económica. En 1619, Sancho de Moncada emitió su consejo al rey en sus "Discursos". Observó que España se concentraba demasiado en los productos agrícolas, y en la ganadería ovina (destinada a la exportación) en particular, mientras que España, por otro lado, tenía que importar alimentos y productos procesados. Mientras tanto, las técnicas agrícolas eran demasiado anticuadas. Su solución para la economía española fue protegerse contra los mercados extranjeros mediante restricciones y cuotas de importación, para lograr la industrialización independientemente de las fluctuaciones de los precios extranjeros. Para industrializarse con éxito, España tuvo que convertirse en un centro de conocimiento, invirtiendo mucho en educación superior (especialmente técnica). Sancho de Moncada también descubrió el fenómeno de la inflación. Vio que todo el oro traído de América a España no tenía ningún efecto beneficioso en la economía española. Aseguró que el oro en España se volviera barato, y los precios para los extranjeros por lo tanto solo más altos. Los Fugger fueron los banqueros de los Habsburgo españoles, financiando las continuas guerras que llevaron las finanzas del estado a la bancarrota, y que finalmente arruinó a los propios banqueros.
Durante el reinado de Carlos II de España entre 1665 y 1700, a pesar de que se le ha atribuido el inicio de la decadencia española por la gravedad de su salud, logró gracias a rodearse con excelentes válidos en los que depositaba su total confianza, una de las mayores deflaciones de la historia, el aumento del poder adquisitivo en sus reinos, la recuperación de las arcas públicas, la reactivación de el comercio trasatlántico, el fin del hambre y la paz. Por estos logros, autores como Luis Ribot lo califican de «ni tan hechizado ni tan decadente».
Hacia fines del siglo XVII, con el movimiento de los novatores, la ciencia en España comienza a renovarse. Los expertos coinciden en que el año de 1687 es un año clave en el inicio de la renovación científica de España.
Con la instauración de la Casa de Borbón en el trono de España por la muerte sin descendencia de Carlos II, y el consiguiente afrancesamiento de las élites españolas, se llevó a cabo la destrucción de la historia española previa durante el reinado de los Habsburgo, que había constituido el periodo de mayor esplendor. La preeminencia cultural de Francia en Europa y América fijó el tono del prejuicio antiespañol, e incluso antihispano, de la interpretación histórica prevalente en los siguientes dos siglos.
La designación que se daba durante la dinastía de los Austria a todos los dominios españoles era de "Indias españolas, virreinatos o Reinos de Ultramar" los cuales integraban a igualdad con los reinos de España. Este término, cambió con la centralización borbónica, transformandose en "colonias". A pesar de ello, la monarquía española mantuvo su pluralidad institucional y sus estructuras jurisdiccionales.
Industria en el siglo XVIII
El desarrollo industrial que se impone con la politíca de los Borbones queda reflejado en el gran número de industrias dirigidas a clientelas ricas de la Península y América.
Las manufacturas reales o Reales Fábricas producían todo tipo de productos, especialmente de lujo (cristal —La Granja—, porcelana, tapices, relojes —en Madrid) y estratégicos (armamento –La Cavada–, pólvora), pero también de consumo masivo (paños —Guadalajara, Brihuega, San Fernando de Henares—, hilados de algodón —Ávila y Barcelona, que estuvo en el origen del desarrollo textil catalán posterior), especialmente en el caso de los estancados con criterios monopolísticos (tabaco, aguardiente, naipes). A iniciativa de Juan de Goyeneche se fundaron las fábricas de Nuevo Baztán (funcionaron entre 1710-1778). Otras iniciativas locales se centraron en la cerámica, como la del marqués de Sargadelos (cerámica de Sargadelos) o la del conde de Aranda (Alcora).
Este ambiente favorable acogió en la primera mitad de siglo, en Cataluña, las nuevas técnicas de trabajo del algodón y de la siderometalurgia, que estuvieron a punto de introducirse en Vascongadas y lo hicieron débilmente en Asturias.
Barcelona, Alcoy y la vertiente septentrional vasca tenían ya una rica tradición comercial, artesana y de relaciones internacionales con Europa y América, muy propicia a la innovación. Cataluña ocupa en 1785, fecha en que se introducen las primeras máquinas tipo "Jenny" a la Real Compañía de Hilados de Algodón de Barcelona (creada por Carlos III), el segundo lugar como potencia algodonera, detrás de Inglaterra. El mercado nacional, y sobre todo el americano, son los clientes del hilado y tejido de algodón, sector que en vísperas de la guerra de la Independencia ocupa a más de 20.000 personas, que trabajan en más de 4.000 telares distribuidos en pequeñas empresas de tipo familiar. La destrucción de la infraestructura textil durante la guerra es el punto final de esta dinámica de corte europeo.
El Astillero Militar de Cartagena construido con la intención de desarrollar la política naval de Felipe V se convierte en el complejo industrial más importante de todo el litoral mediterráneo en el siglo XVIII.
Industria y comercio en el siglo XIX
Dos sectores que en el centro europeo aparecen como catalizadores de la revolución industrial, el agrario y el comercial, no sufrieron cambio alguno en la España del siglo XIX. La razón fundamental era la compartimentación del mercado con una ausencia de medios de transporte que conectaran adecuadamente los distintos mercados locales. Entre otros factores que obstaculizan la modernización, hay que citar la inestabilidad que suponen los numerosos cambios de gobierno, lo que se traduce en una política industrial contradictoria. A las guerras de la Independencia y Carlistas sucede un ambiente de guerra civil e inestabilidad interior, que, añadido a las guerras coloniales (1813-1824) y a la progresiva desvinculación de América que dura hasta 1876, acaba con el tenebroso cuadro de 1898.
Las consecuencias materiales de la guerra de la Independencia fueron desastrosas para España. A la gran cantidad de muertos y la destrucción de pueblos y ciudades se unieron la rapiña de muchos franceses y también de los ingleses, cuya deslealtad puede verse ejemplificada en el bombardeo, ordenado por Wellington, de la industria textil de Béjar que era competidora de la inglesa o en la destrucción de la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro en Madrid cuando ya los franceses habían evacuado la ciudad. Por último, la guerra generó un fuerte déficit en las finanzas públicas: en 1815 la deuda estatal superaba los 12000 millones de reales, cifra veinte veces superior a los ingresos anuales ordinarios.
La actitud del rey Fernando VII, fue la de oposición vana a las corrientes reformadoras y revolucionarias de la época. Su inmovilismo económico, político y social acrecentó las graves crisis que aquejaron al país durante el reinado.
Con la escasez de capitales y la tardía creación de una infraestructura financiera que pudiera abarcar todo el territorio nacional, se entiende que la iniciativa y financiación de origen exterior tengan un papel decisivo en la explotación de los recursos. La Europa industrial utiliza a España como abastecedora de materias primas. Esta entrada de capital hizo posible, entre otros cosas, proyectos de construcción de ferrocarriles, la puesta en explotación de recursos mineros y la explotación de servicios públicos urbanos.
En el siglo XIX aparecieron los primeros centros de enseñanza o Escuelas Profesionales Obreras, que tenían por objeto contribuir al perfeccionamiento de determinados oficios industriales y artísticos. Así se crearon centros tales como el Real Conservatorio de Artes de Madrid en el que se organizaban estudios de Mecánica, Física, Química y Delineación.
Industria en el siglo XX
A finales de siglo XIX y hasta 1930 tiene lugar un reajuste de las energías regionales, que sitúan en el primer plano de la industria nacional a la región vasca, por el volumen y la diversificación de sus actividades. Vizcaya pasa a ocupar el primer puesto en la producción de lingote, en una secuencia de iniciativas que culmina en 1902 con la creación de la sociedad Altos Hornos de Vizcaya. La siderurgia desencadena procesos de eslabonamiento hacia adelante, con el desarrollo de un importante sector naval, primero, y de material ferroviario después. La fundación de una banca regional que pronto extiende sus actividades al ámbito nacional facilita las grandes inversiones que exige la industria pesada. La siderometalurgia se difunde hacia Guipúzcoa a través de un complejo de pequeños asentamientos, que contaban ya con una tradición industrial y que a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX van modernizando poco a poco sus instalaciones, introduciendo en la última década la electricidad, y conviniéndose algunos de ellos en subcentros difusores: Éibar respecto a la industria de armas; Vergara y Mondragón en la cerrajera; Legazpia en diversos utillajes. Aparece además el germen del cinturón industrial donostiarra, con actividades ligadas a la forja, estampado del hierro, fundición de bronce, talleres eléctricos y se hace posible la oferta de maquinaria y utillaje que permita comenzar con la revolución agrícola, pero es necesario a la vez completarla con la industria química.
La política económica de autarquía y nacionalismo iniciada después de la guerra civil de 1936-1939, y que dura dos décadas, va a ser poco propicia a las innovaciones técnicas, aunque en esta época se desarrolla el tren Talgo, se crea el proceso industrial de ósmosis inversa y se consolida la industria farmacéutica española. Como novedades relevantes de este período están la conversión del Estado en agente industrializador y el rápido desarrollo de la industrialización de Madrid.
Con el Plan de Estabilización de 1959 finaliza el modelo autárquico, que es sustituido por la apertura hacia el exterior, lo que provocará el llamado Milagro económico español (1959-1973). El Plan pretende subsanar el progresivo deterioro en calidad y costos de la industria española respecto a la de los países avanzados. Se liberalizan importaciones y se facilita la entrada de capital extranjero, para así mejorar la infraestructura técnica, compensar la insuficiente capitalización, y fomentar la introducción de innovaciones y la apertura hacia los mercados exteriores. El incremento durante estos años del turismo exterior, y las remesas de los emigrantes, son dos factores que contribuyen a la capitalización y la financiación industrial. Los principales motores y responsables del progreso industrial en este período van a ser tres: la minería, la automoción y la fabricación de maquinaria. La industria de la automoción, en especial la fabricación de automóviles y vehículos industriales, experimentó un aumento muy sensible. Todavía más espectacular fue el desarrollo de la industria química, tanto pesada como transformadora, que había alcanzado escasa importancia hasta este período. La construcción de maquinaria, tanto eléctrica como no eléctrica, adquirió también un intenso ritmo.
La recesión mundial provocada por el encarecimiento de los precios del petróleo en los 70, a la que se añadió la competencia de la tercera generación de países industrializados que surgió entre algunos países del sudeste asiático, puso de manifiesto las debilidades estructurales del sistema industrial español.
La Constitución española de 1978 posee características que la convierten en uno de los grandes éxitos de España como nación pero contiene un proceso dialéctico que la hace única en el mundo en un tema tan fundamental como es el modelo de Estado que tenemos. Los artículos 148 a 153 posibilitan la creación de un Estado de las autonomías que no establece de forma clara las competencias del Estado y las propias de las distintas comunidades autónomas. La consecuencia es que los partidos nacionalistas entraron en el Congreso y siempre están dispuestos a apoyar a los Gobiernos centrales de cualquier ideología, siempre que necesiten sus votos, pero naturalmente a cambio de seguir aumentando sus competencias o de alcanzar sustanciales privilegios.
Tras la larga fase de ajuste (1977-1984) para numerosos sectores, empresas y territorios, que estabilizó la producción final y acarreó importantes reducciones en las plantillas laborales, se inició un periodo de recuperación (1985-1990), que se vio interrumpido por la coyuntura internacional recesiva de los primeros años noventa (1991-1994), para recobrarse el dinamismo industrial desde entonces. La entrada de los grandes fondos estructurales de la Comunidad Económica Europea supondría que muchas empresas estatales terminaran siendo vendidas por muy poco dinero. En ciertas comunidades como en el Pais Vasco, sí que hubo una política autonómica bien articulada a favor de la industria.
Industria en el siglo XXI
España, a pesar de una posición general, relativamente menor en materia de I+D+i, respecto de las demás economías más avanzadas del mundo, cuenta con una importante posición en varios terrenos de innovación concretos como son las energías renovables, la biotecnología, el sector farmacéutico, el transporte y las pequeñas y medianas industrias tecnológicas, que ahora se consolidan como fortalezas sobre las cuales se establecen las bases del nuevo modelo económico exportador y competitivo. En cambio, la economía española ha tenido una productividad media relativamente baja, en comparación con las economías europeas vecinas. Una de las posibles causas es la poca relación entre universidad y empresa y una todavía insuficiente tasa de inversión de I+D+i.
España llegó a ser la octava economía del mundo entre 2004 y 2007, pero tras la crisis financiera, otra crisis de deuda soberana (que casi se lleva por delante el euro) y la dura recesión del covid, la economía nacional está siendo superada por países emergentes.
Las aportaciones de capital de la UE decrecen considerablemente en los últimos años, debido a la estandarización económica respecto a los demás países y a los efectos de la ampliación de la Unión y los fondos agrícolas de la Política agrícola común de la Unión Europea (PAC) se reparten entre más países (los países incorporados del este de Europa tienen un sector agrícola significativo).
El Banco Mundial enumera los principales países productores cada año, según el valor total de la producción. Según la lista de 2019, España tenía la decimocuarta industria más valiosa del mundo (155 400 millones de dólares).
En 2019, España fue el 9.º mayor productor de vehículos en el mundo (2,8 millones) y el 17.º mayor productor de acero (3,6 millones de toneladas). España es también uno de los 5 mayores productores mundiales de vino (fue el tercer productor mundial en 2018, solo por detrás de Italia y Francia). El país también es el mayor productor mundial de aceite de oliva (1,79 millones de toneladas en 2018). También en 2018, fue el décimo productor mundial de cerveza (a base de cebada), con 383 000 millones de litros.
En energías renovables, en 2020, España fue el quinto productor mundial de energía eólica del mundo, con 27 GW de potencia instalada, y el 10.º productor mundial de energía solar del mundo, con 14 GW de potencia instalada.
España es líder mundial en conexiones por fibra, como corroboran los datos del FTTH Council Europe, asociación que impulsa el despliegue de estas redes.
Uno de los sectores que mueven a gran escala la economía española, sin duda, es el turismo. En 2018, España fue el segundo país más visitado del mundo, con 82,7 millones de turistas internacionales.
Muchos de los bancos y cajas españoles tienen una larga historia, originaria en algunos casos en el siglo XIX, que dieron lugar a entidades financieras de la importancia del Banco Santander (principal banco de la eurozona), el Banco Bilbao Vizcaya Argentaria y La Caixa (principal caja europea).